Seleccionar los estímulos

A lo largo de un día recibimos miles de estímulos. Estímulos a través de todos los sentidos y a través de emociones y pensamientos.

Por la mañana el sonido del alarma, luego ya con el móvil en mano chequeando mail y redes sociales y tragando rápidamente un café. Imágenes, palabras, cientos de sensaciones cada hora.

El silencio no es sagrado y sano solo durante el sueño: lo es también durante la vigilia.

Podemos acabar con la sensación de tener la cabeza como un embudo lleno de cosas que no nos sirven dedicando algunos momentos del día al silencio, a la relajación, a la paz, al solo sentir que estamos sucediendo, que la misma VIDA está sucediendo a través de nosotros y nuestras vivencias.

Y cuando salimos de este espacio de ayuno sensorial, seleccionemos más y más a menudo los estímulos que deseamos integrar en nuestro sistema.

Radio y televisor no son buenos a tal propósito porque no podemos elegir siempre lo que vemos y escuchamos. Podemos cambiar canal, pero sin duda no lo haremos cada vez que haya una publicidad… Yo no miro la televisión desde hace más de diez años y os aseguro que no solamente he sobrevivido, sino que cuando me pasa de verla en casa de amigos la encuentro siempre más inútil y horrenda. Horrenda. Las hacen cada vez más grandes y bonitas pero el contenido es lo mismo. En su mayoría (salvo excepciones) los programas televisivos sirven para apagar el cerebro y detener su capacidad de funcionar.

Elijamos música de calidad que pueda nutrir nuestro ser, que no sirva para llenar el aire de ruido.

Sonidos con sentido. Apoyar el vaso en un modo o en otro cambia el sonido que producimos a través de aquel gesto. El sonido que generamos frotando las manos cuando las limpiamos. El sonido de cuando cortamos la cebolla con el cuchillo. Siempre podemos elegir entre producir ruidos o generar sonidos que nos gusten, que nos llenen. Y es práctica de atención plena.

Elijamos lecturas profundas y transformadoras. Ya basta de revistas basura que tragamos como hamburguesas baratas y que de la misma forma no aportan nada bueno y crean entornos emocionales tóxicos.

Y las palabras. Utilicemos menos palabras, pero con más sentido. Si no tenemos nada que decir, no tengamos miedo de estar en silencio. Si no hablamos es que escuchamos. Y si lo que escuchamos no nos gusta, pues abandonemos la conversación. Seleccionemos más los argumentos, así como las amistades. Seleccionemos más la verdad profunda, la libertad, el sentido de nuestro estar aquí.

A veces nos podrá dar miedo, pero sabremos que a partir de aquel momento toda la responsabilidad de lo que llamamos “experiencia de vida” será nuestra y esto nos hará grandes y libres.