Cada día podemos encontrar algo por el que estar agradecidos. Cada día.
Puede que sea por tu salud, por tu familia, por tu trabajo, por tus relaciones de amor o de amistad, por la compañía de tu mascota, por el libro que estás leyendo o porque hoy llueve y decides que te gusta la lluvia, por respirar y tener consciencia de ello.
Por lo que sea, la verdad.
Y estar agradecidos no es para evitar el dolor. No somos tontos. Sabemos que las experiencias de la vida a menudo duelen. Y si estamos transitando un proceso de duelo lo sabemos muy bien. Lo sabemos y lo aceptamos. Y a la vez que lo aceptamos, decidimos ir por la vida con algo de gratitud, siempre, cada día.
El dolor mental surge del ego y el puro acto de agradecer rebaja drásticamente las revoluciones del ego (entendiendo al ego como la matriz del personaje que estamos convencidos ser).
Agradecer es gratis, no hay efectos secundarios, no provoca adicción. Y la magia está en que cuando comparto gratitud, esta se duplica. Como una sonrisa. Una y otra vez, una y otra vez, sin fin.
En los procesos de duelo (integración de una o más pérdidas) cada paso que damos tomando consciencia de la ausencia provocada por la pérdida, lo damos también con el corazón agradecido. Porque la gratitud, por supuesto que no impide que nos rompamos en mil pedazos, pero sí nos permite poner el foco en la esencia de la vida y en nuestra misma esencia.
“Podrán matarnos,
pero no podrán impedir
que muramos riendo.”