Los duelos con rabia (y sin perdón)

Algún día llegará el perdón. O no.

Hoy escribiré sobre un determinado tipo de duelo, difícil de transitar por el conflicto que produce.

Un duelo se supone que es un proceso de adaptación a una nueva realidad que por si misma produce sufrimiento, pero puede darse la ocasión en la cual la persona que fallece no deja detrás suyo un buen recuerdo, las ganas de llorarle (más bien ganas de darle dos hostias).

Estos duelos suelen complicarse porque:

-se supone que deberíamos ser tristes y no lo somos: a veces hay indiferencia, otras veces hay un conflicto abierto con rabia. Una vocecita puede aparecer poniendo en duda nuestras emociones: “Era tu padre (madre, hermano/a, hijo/a), ¿cómo puede ser que no sientas tristeza? Es feo.”;

-las personas que no están al tanto de nuestros sentimientos nos dan el pésame y no tenemos ganas o la suficiente intimidad para abrirnos y compartir nuestras auténticas emociones.

-no siempre somos conscientes que perdonar es un proceso largo y con su propio ritmo. Intentar acelerarlo desde fuera no da buenos resultados. Ni la muerte puede alterar este ritmo.

Os cuento una historia reciente.

José (nombre ficticio) me llama por teléfono. Le conozco desde hace años. Se le ha muerto el padre, de cáncer. Por la distancia, todas las sesiones son telefónicas.

En la 1ra sesión me pide que solo hablemos por teléfono, sin vernos.

Me cuenta el calvario de los últimos tres meses, entre hospital, morfina en casa, etc. Todo el tiempo me habla de cosas fuera de él, lo que había que hacer, lo que pasó, los demás.

En el segundo encuentro, esta vez en vídeo llamada, abro la sesión diciéndole que lo siento mucho por su pérdida, que no puedo ni imaginar su dolor. Y por un breve momento José hace un movimiento con la boca, entre rabia y asco, para luego contestar “Es complicado”.

—“Qué es complicado?” le pregunto entonces, ¿Qué pasa con tu padre?”

—“Era un cabrón, Alberto. Una mierda de hombre, un fracaso como padre. Hasta el último momento me ha dicho que yo no estaba a la altura, que no había aprendido nada de él. Que yo era una decepción. ¿Sabes qué? Me da igual que haya muerto. Hasta me siento aliviado por no tener que verle nunca jamás.”

Así empezó la 2nda sesión. Las siguientes permitieron compartir las memorias de una vida de maltrato psicológico, dar voz a la rabia y al sufrimiento, emprender el camino de la aceptación.

Para el perdón habrá que esperar. Tal vez algún día llegará. O tal vez no.