Todos hacemos lo máximo que podamos.
En cada momento.
Cada acción tiene un máximo potencial que se expresa en la acción misma, con evidencia y a la vez sin juicio.
Cuando un familiar o un amigo está pasando a través de un duelo, a menudo no sabemos qué hacer. Hacemos aquel máximo que podemos pero a veces hacemos daño. El duelo es un campo minado para uno mismo, así que es más complicado todavía saber acompañar a otro sin que ninguno de los dos pise una mina.
Aquí compartiré contigo cinco cosas que puedes hacer para que tu presencia sea delicada y capaz de proporcionar ayuda real.
1. No digas frases como “No llores” (porque ahora es el momento de llorar), “Debes ser fuerte” (porque ahora es el momento de romperse y dejarse atravesar por el dolor), “Vuelve a la realidad” (el mundo interior es la realidad que cada uno vive), “El tiempo lo cura todo” (la muerte también lo cura todo y no hace falta recordarlo, ¿es cierto?).
2. Respeta el ritmo de la persona en duelo. Es su duelo, es su ritmo. Si no tiene ganas de hablar, no la fuerces. Si no tiene ganas de salir a distraerse, es porque no es el momento de distraerse. Es el momento de estar allí en la herida, para sanarla.
3. Aprende a estar cerca con discreción: sin hablar, sin hacer ruido, sin moverte. La sola presencia amorosa, a menudo, hace lo que mil discursos no pueden hacer. Una mirada comprensiva y auténtica, un hombro que se deja mojar de lágrimas, una mano cálida y generosa: estos son el impulso que ayuda un corazón muerto a volver a latir.
4. Recuerda que quien vive un duelo está presenciando en parte su propia muerte y resurrección: ¿tú qué harías con alguien que está cobrando vida otra vez? Proporcionar paz, silencio, estímulos delicados, amor, cuidados.
5. Pregunta si puedes ayudar en algo práctico, cómo arreglar papeles, hacer la compra o cocinar, limpiar casa o arreglar otros temas. Y si lo haces y no escuchas ni un “gracias”, recuerda que estás acompañando a una persona resucitando: seas compasivo.