Terapeuta y Formador
En nuestra vida cotidiana, a menudo nos encontramos inmersos en el hacer, en las tareas que nos ocupan día a día. El trabajo es, para muchos, una parte central de esa existencia. Sin embargo, observo con frecuencia que hay algo más profundo latiendo bajo la superficie de nuestra actividad: una presencia, o la falta de ella.
Recientemente, los datos sobre el absentismo laboral en España nos muestran una cifra que llama a la reflexión. Se habla de un porcentaje significativo, que ronda el 7,4% en los últimos trimestres de 2024, representando horas y días en los que las personas simplemente no están en sus puestos. Más allá de las razones evidentes, ¿qué hay detrás de esa ausencia?
Los duelos que no se nombran
Me pregunto si una parte de esa cifra no esconde un dolor más sutil, más callado: el de las pérdidas no acompañadas. Vivimos en una sociedad que a menudo nos impulsa a seguir adelante rápidamente, a no deternos en el sentir profundo que una pérdida conlleva. Y no hablo solo de la muerte de un ser querido, sino de esos duelos silenciosos: la pérdida de un proyecto, de una relación, de un estado de salud, incluso de la expectativa de un futuro que ya no será.
La energía estancada del dolor no procesado
Cuando no nos damos el espacio y el tiempo para procesar estas experiencias, para sentir el vacío y la tristeza, esa energía queda estancada dentro de nosotros. Se manifiesta, a menudo, como cansancio, desmotivación, dificultad para concentrarse... una especie de neblina interna que nos impide estar plenamente presentes.
El cuerpo que dice "basta"
Es como si una parte de nuestro ser se quedara anclada en esa pérdida no transitada, y el cuerpo, en su sabiduría, encontrara una forma de decir "basta", de reclamar esa pausa necesaria. El absentismo, visto desde esta perspectiva, podría ser el síntoma externo de un alma que necesita sanar un duelo interno. Y también podría ser una manera de protegerse frente a un lugar de trabajo que silencia o invalida cualquier señal de humana vulnerabilidad.
La compasión como camino
Quizás, al mirar estas cifras, debiéramos recordar la importancia de cultivar la compasión, hacia nosotros mismos y hacia los demás, reconociendo que cada persona carga con su propia historia de pérdidas. Dar espacio al duelo, permitir el sentir y acompañar (o ser acompañado) en ese tránsito, no es solo un acto humano y sanador, sino que, quién sabe, podría ser también un camino hacia una presencia más auténtica en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el laboral.