Si hay una cosa que he aprendido bien, es no hacer.
No hacer, no significa necesariamente no hacer nada. Significa simplemente ser.
Ser, sin hacer. Es recorrer un camino desde la inmovilidad.
Ser, sin hacer.
Lo he aprendido meditando. Lo he aprendido en el mismo proceso de sanación de alguna enfermedad. Lo he aprendido en la soledad. Lo he aprendido estando al lado de personas enfermas.
Estar, respirar, sentir, vivir, aceptar la vida tal como es. Sin juzgar. Dejando que sea. Dejándonos estar en ella.
Es entonces que pasa algo en nosotros: crecemos. Renaciendo.
En el silencio sin acción, las semillas que hemos recogido a través de las experiencias sedimentan y encuentran un lugar para brotar.
Es el lugar donde experimentamos la paz, la creatividad, la reconexión con la Fuente de la cual procedemos. Es el lugar donde percibimos la vida sin necesidad de explicarla. Sin etiquetarla. La respiramos. Y nada más. No hace falta más. Es el lugar donde sanamos. Espiritualmente, psicologicamente y también fisicamente (lo digo por mi propia experiencia personal).
Recorrer un camino desde la inmovilidad.
Es un proceso que no requiere habilidades específicas, nada de hard skills, por supuesto. Pero… Hay un pero, sí. El Renacimiento silencioso se pone en marcha sólo si estamos dispuestos a estar en verdadero contacto con todo y con nada. A escuchar el silencio y el tremendo ruido que lo llena. A amarnos sin frenos. A dejar que en nuestra vida coexistan naturalmente tanto el nacimiento como la muerte. A abandonar nuestro falso nombre y nuestras falsas creencias. A reconocer que somos la simple expresión de algo que siempre ha estado. Que ya hemos muerto y renacido miles de veces. Que podemos renacer en cada gota de lluvia.
Podemos renacer en cada gota de lluvia.
Práctica:
Sentados (o también tumbados en la cama, en la bañera, en la hierba…), respiramos hondo y profundamente. Despacio. Percibimos el aire fresco entrar por la nariz y al cabo de unos largos segundos salir más caliente. Los músculos se relajan. Nos permitimos este dulce momento de tranquilidad. Estamos conscientes. Estamos viviendo. Los miles de millones de bacterias, células, virus y hongos que componen nuestro organismo están allí. Somos ellos. Ellos juntos son lo que vemos en el espejo. Sentimos. Nos permitimos ser. Sin mover un dedo. Sin hacer. Tenemos consciencia de que estamos siendo.